Por: María Elena Moura
Conocido por su agridulce sabor, ideal para la preparación de golosinas, salsas y aguas frescas, este fruto ha gozado de importante reputación en la medicina tradicional por su eficacia para aportar nutrientes y combatir padecimientos gastrointestinales. ¡Convénzase de sus virtudes y aprovéchelas!
El tamarindo es uno de los ingredientes predilectos de la cocina mexicana, y en verdad es difícil encontrar a alguien que no disfrute su agradable sabor. Lo cierto es que, contrario a lo que muchos podrían pensar, este producto no es nativo de nuestro territorio, ni siquiera de nuestro continente, sino que fue introducido entre los siglos XVI y XVII por los colonizadores europeos, y sembrado por primera vez en zonas cálidas y húmedas de Jalisco, Colima y Guerrero (costa sur y occidental del Pacífico).
Siendo más precisos, diremos que el lugar de origen de tan singular fruto, generado por un árbol de idéntico nombre, es la región que se encuentra al sur del desierto del Sahara, en África, donde es tan común que incluso el nombre de la capital de Senegal, Dakar, significa “tamarindo” en idioma wolof. Asimismo, se sabe que diversos comerciantes se interesaron en las propiedades de este alimento y fueron los responsables de llevarlo a Egipto, los países árabes e India, siendo dicha nación la primera en explotar su potencial en plenitud.
Europa conoció a este vegetal y sus amplias propiedades culinarias y medicinales mediante su intercambio con mercaderes de la India, y este hecho fue fundamental en la designación de su nombre científico: Tamarindus indica.
De cualquier forma, la cocina mexicana se ha encargado de adoptar a este producto y darle un toque especial, elaborando con su pulpa dulces típicos, bebidas refrescantes, salsas para acompañar carne o el tradicional ponche navideño, entre otros ejemplos.
Asombrosa versatilidad
El árbol del tamarindo alcanza una altura promedio de 10 a 25 metros, aunque en un suelo muy fértil, con humedad y clima cálido constantes puede medir hasta 30 metros. Generalmente, sus flores se dan una vez al año y en pequeños racimos, además de que son ideales para que las abejas produzcan miel.
Su fruto es una vaina aplanada y curva, cuya capa externa (epicarpio) se vuelve resistente y rugosa conforme madura; su pulpa es suave, fibrosa, con concentración relativamente baja de agua, y suele alojar en su interior de 1 a 12 semillas, las cuales son lisas, brillantes y de 1 centímetro de largo.
La madera de este árbol es muy estimada, ya sea para la fabricación de muebles, utensilios para el hogar y artesanías o para la elaboración de leña y excelente carbón, ambos capaces de generar más calor que sus similares obtenidos de otros vegetales. Asimismo, de sus hojas se puede obtener un tinte natural de tono amarillo, sin olvidar que las semillas, pulverizadas y mezcladas con otros componentes, producen pegamento de alta calidad.
Por curioso que parezca, cuando el fruto se encuentra tierno y el epicarpio no ha endurecido, puede utilizarse como condimento de arroz o consumirse en ensaladas junto con flores y brotes tiernos del mismo árbol. Los beneficios son considerables, pues la cáscara del tamarindo es rica en fibra y taninos, sustancias que neutralizan a los compuestos responsables del envejecimiento y la formación de células cancerosas (antioxidantes).
La parte más apreciada por el ser humano es la pulpa del fruto, misma que comprende aproximadamente la mitad del peso de la vaina. Cabe mencionar que el característico sabor agridulce de este alimento se debe a una afortunada combinación de componentes cuyo impacto es positivo para la salud: azúcares (30 al 40% del total), necesarios para que el organismo cuente con energía suficiente para realizar esfuerzo físico e intelectual, y ácidos acético (controla infecciones ocasionadas por hongos) tartárico (útil para asimilar alimentos ricos en grasas) y ascórbico (vitamina C, la cual es antioxidante y participa en la formación y renovación de tejidos).
Otros nutrientes importantes de la pulpa del tamarindo son:
- Calcio. Mineral ampliamente distribuido en el cuerpo humano, debido a que es el componente esencial de huesos y dientes. Ayuda en la coagulación de la sangre, transmisión de impulsos nerviosos y funcionamiento de los músculos y corazón.
- Fósforo. También se incluye en el sistema óseo, sin olvidar su utilidad para transformar los alimentos que se convierten en energía.
- Hierro. Necesario para la correcta utilización de vitaminas del complejo B e indispensable para la producción de hemoglobina (sustancia en glóbulos rojos encargada de transportar oxígeno en la sangre) y mioglobina (oxigena músculos).
- Tiamina (vitamina B1). Fundamental para asimilar los azúcares, sin olvidar que cumple importante labor en la conducción de impulsos nerviosos.
- Riboflavina (vitamina B2). Interviene en la transformación de alimentos en energía, pues favorece la absorción de proteínas, grasas y carbohidratos. Básica para el crecimiento, reproducción y buen estado de piel, uñas, cabello y membranas mucosas; beneficia la vista y alivia la fatiga ocular.
- Niacina (vitamina B3). Se encarga del mantenimiento de células, formación de transmisores nerviosos, producción de hormonas sexuales e insulina, así como del buen funcionamiento del aparato digestivo. Ayuda a mantener la piel sana y es indispensable para la salud del cerebro y sistema nervioso.
- Fibra. Facilita el tránsito intestinal y regulariza las evacuaciones (laxante).
- Pectina. Tipo de fibra que absorbe agua y ayuda tanto en problemas de estreñimiento como de diarrea.
- Ácido glutámico. Fuente de energía para el cerebro que tiene la peculiaridad de ayudar a mejorar la memoria.
- Glicina. Hace posible el aprovechamiento de proteínas, actúa como neurotransmisor y estudios recientes destacan sus propiedades antioxidantes.
- Leucina y ácido aspártico. Importantes componentes del ácido desoxirribonucleico (ADN, con el cual se codifica la información genética), utilizados también para hacer posible la comunicación entre neuronas.
Los productos derivados del tamarindo eran empleados en la medicina tradicional de África, América Latina e India, y todavía hay poblaciones en estas regiones del planeta que llegan a utilizarlos. Una infusión de la corteza es buen auxiliar en el tratamiento de diarrea; asimismo, sirve para realizar lavado de los ojos. La ceniza que se obtiene al quemar el exterior del tronco es un buen digestivo, mientras que un remedio elaborado con las semillas ayuda a combatir la disentería (evacuaciones frecuentes y muy líquidas, a menudo acompañadas de mucosidad y sangre). Por su parte, las hojas machacadas son de utilidad para el tratamiento de heridas cutáneas.
Mención aparte merece la pulpa del fruto, que cuando se consume pulverizada en poca agua, formando una pasta espesa, tiene acción laxante suave y efectiva. Puede ingerirse en combinación con algunas plantas para potenciar sus resultados, pero su uso no debe prolongarse mucho tiempo, ya que puede ocasionar diarrea. Por ello, siempre es importante consumirlo bajo supervisión del médico (gastroenterólogo, nutriólogo, naturista).
Finalmente, le recomendamos que incluya este importante fruto en su alimentación, no sólo como ingrediente en ponches y aguas frescas, sino como sazonador que le permitirá obtener novedoso sabor. El tamarindo combina muy bien con platillos elaborados con papas, carne de cerdo y aves (pato, principalmente), además de que le facilitará la digestión de estos productos, sobre todo los de origen animal.